La historia del automóvil está llena de personajes que lograron convertir sus sueños en realidad. Y también está repleta de soñadores que buscaron los suyos, pero que, por unas cosas u otras, acabaron en estrepitosos fracasos. Uno de los más conocidos fue Preston Tucker, cuya historia la llevó al cine Francis F. Coppola en 1988. Otro, menos conocido, es el padre Alfred Anthony Juliano, un párroco católico que soñó con el coche más seguro del mundo…
Alfred Juliano, nacido en Filadelfia en 1919, tuvo dos grandes pasiones: los coches y su fe en Dios. Mientras estudiaba en el seminario para ordenarse sacerdote católico, se inscribió en un concurso de jóvenes diseñadores patrocinado por General Motors, donde se ganó el derecho a estudiar bajo la tutela de Harley Earl, jefe de diseño Chevrolet y creador del Corvette. Pero la oportunidad llegó tarde: ya había terminado sus estudios sacerdotales por lo que decidió seguir su ministerio en una pequeña congregación en Branford (Connecticut).
Así era el Aurora
Sin embargo, su pasión por los coches no decayó y años más tarde se embarcó en un sueño: crear el coche más seguro del mundo. Así nació el Aurora Safety Car, un vehículo que priorizaba la seguridad y el confort. Concebido y fabricado por Juliano, tras dos años de diseños y otros tres de construcción, el Aurora era un coche enorme (5,49 m de largo) con carrocería fabricada en fibra de vidrio (rellena de una masa que absorbía los impactos), sobre una estructura en gran parte de madera construida sobre el chasis recuperado de un Buick de 1953.
La alta calidad de la mano de obra era asombrosa, particularmente por la carrocería y las ventanillas —que se abrían hacia arriba con parte del techo— y lunas. El parabrisas, de resina antiroturas, tenía forma de burbuja para alejarlo de las cabezas de los pasajeros en los asientos delanteros.
Y es que el Aurora incorporaba varias características relacionadas con la seguridad, novedosas y revolucionarias entonces, algunas de las cuales, hoy son comunes. Así, incluía cinturones de seguridad en sus cuatro plazas, jaula antivuelco, salpicadero acolchado, barras de impacto lateral o columna de dirección retráctil.
También, la rueda de repuesto se situaba debajo de la parte delantera, por lo que ayudaba a absorber los impactos en caso de colisión frontal. Además, la carrocería en esa parte delantera, en forma de pala, estaba diseñada para recoger, sin lesiones, a los peatones en caso de atropello.
En cambio, la característica de seguridad más innovadora, que no se ha incorporado en otros automóviles, eran los asientos delanteros giratorios (180º) para colocarse de espaldas en caso de colisión.
Los ‘pecados’ del Aurora
Aunque su carrocería era resistente a las abolladuras, la oxidación y la corrosión, algunas de sus innovaciones no terminaron de funcionar: eran ideas buenas en la teoría pero ineficientes en la práctica. La forma del parabrisas, por ejemplo, desvirtuaba las formas que se veían a través de él.
Además, el coche, construido sobre un chasis reparado de un Buick que había sufrido un golpe severo, nunca funcionó bien. Juliano no tenía ni conocimientos ni recursos para repararlo por lo que su presentación fue un desastre.
Para su puesta de largo, el coche viajó hasta Nueva York por carretera, pero, como no se había probado con anterioridad, en su trayecto—menos de 100 millas (160 km)— se averió hasta 15 veces, lo que requirió remolcarlo a 7 talleres diferentes, principalmente, por la obstrucción del sistema de combustible.
Tras llegar con horas de retraso, el Aurora causó sensación por su diseño ‘futurista’, pero no recibió ningún pedido, sobre todo, por su escaso rendimiento y su alto precio: a 12.000 dólares la unidad habría sido algo más barato que el modelo más caro de la época: el Cadillac Eldorado Brougham, que costaba 13.000.
Para el proyecto se creó la Aurora Motor Company en la que se invirtieron 30.000 dólares (más de 260.000 de hoy), y que acabó en la bancarrota. Juliano fue investigado, acusado de malversar las donaciones de sus feligreses y obligado a abandonar la Orden del Espíritu Santo en 1958.
Sin embargo, las acusaciones resultaron ser falsas: según las inspecciones fiscales, Juliano había invertido todo su patrimonio y había recibido aportaciones privadas con consentimiento de sus parroquianos. Juliano, que defendió siempre su inocencia —acusaba a General Motors de promover la denuncia para robarle sus ideas—, murió en 1989, meses después de sufrir un derrame cerebral cuando leía en una biblioteca.
¿Y qué fue del Aurora?
Tras declararse la bancarrota , el prototipo acabó en un taller de reparación como garantía por facturas impagadas. Después, pasó por varias manos antes de ser finalmente abandonado detrás de un taller de carrocería de Cheshire, también en Connecticut, en 1967.
En 1993, el automóvil fue descubierto por un entusiasta británico del automóvil que lo había visto en un libro. Después de varios años de búsqueda, rastreó el coche gracias al nombre del taller que se veía al fondo de una foto del Aurora.
Tras adquirirlo y enviarlo a Reino Unido, dedicó varios años a su restauración (complicada por el deterioro, la falta de documentación o incluso de fotos del Aurora, y por la imposibilidad de contar con la ayuda del ya difunto padre Alfred).
El Aurora debutó restaurado en el Festival de la Velocidad de Goodwood de 2004 y fue la atracción principal de la exhibición de coches futuristas del Museo Beaulieu de Automoción —hoy, National Motor Museum— en 2005.
En ocasiones, el Aurora suele aparecer en rankings como «el coche más feo de la historia». Sin embargo, su concepción y aportación a la automoción van más allá de su aspecto, que, sin duda, no deja a nadie indiferente.