La carrocería de tu vehículo contiene su sonrisa. Y como no todas las reparaciones de chapa y pintura son iguales, como no todas tienen la misma calidad, no todos los coches sonríen igual de radiantes. ¿Por qué te contamos esto? Porque el anecdotario de los talleres de reparación de vehículos de nuestros país es inagotable. Y porque uno de los episodios más recientes que se ha conocido es que Miguel Gila, el humorista que hizo reír a tantas generaciones de españoles, fue pintor de coches en un taller madrileño antes que soldado de mentirijillas pegado a un teléfono. Y porque puestos a imaginar… ¿te imaginas la de “historias” que podría desarrollar Gila en un taller de coches? ¿cómo sería la sonrisa de los coches que pintaba? ¿y la de sus clientes?
Lo contaba el propio Gila en sus memorias, “Y entonces nací yo”, que vieron la luz en 1995. Entre los 14 y los 17 años, huérfano de padre, pintaba coches con la esperanza de que el sueldo que ganaba le permitiera pintar nuevos horizontes de futuro profesional. No en vano, invertía buena parte de su jornal de “niño para todo” en aprender en los libros la mecánica y la carrocería que complementaba la que le practicaba a diario en el taller. Y tanto soñó con mejorar, con elevar el vuelo, que terminó graduándose como mecánico de aviación. Pero en seguida llegó la guerra. Su detención. Su fallida ejecución ante un pelotón de fusilamiento. Y su pasión por el humor. Su estreno sobre el escenario.
Estamos en 1951. Había que elegir entre la escasez y el valor. Y Miguel Gila fue valiente. Se subió a las tablas vestido con su viejo uniforme de soldado y un fusil de mentira. E improvisó su primer monólogo: “Le dije al comandante: ‘Que vengo por lo del anuncio del periódico, para matar y atacar a la bayoneta y lo que usted mande’. Y me dijo: ‘¿Qué tal matas?’. Dije: ‘De momento, flojito, pero cuando me entrene…’. Y me preguntó: ‘¿Traes cañón?’. Y dije: ‘No. Yo creía que la herramienta la ponían ustedes’. Y dijo: ‘Es mejor que cada uno traiga lo suyo. Así el que rompe, paga’. Dije: ‘Yo lo que traigo es una bala que le sobró a mi abuelo en la guerra de Filipinas. Está muy usada, pero lavándola un poco…’. Y dijo el capitán: ‘Y cuando se te acabe la bala, ¿qué?’. Y dije: ‘Pues voy a por ella, la traigo y disparo otra vez’. Y dijo el comandante: ‘Es mucho jaleo: no vamos a parar la guerra cada cinco minutos para que tú vayas a buscar la bala”.
¿Os imagináis cuántas historias no se le ocurrirían ambientar a Miguel Gila en un espacio tan vivo y dinámico como un taller de reparación de chapa y pintura? Estamos seguros de que los coches que pintó de adolescente aún conservan la sonrisa.
¡Que me habéis alegrado el día! Que es lo que digo yo. Que nosotros les ponemos sonrisa a los coches que nos llegan malitos. Que esa sonrisa se la llevan puesta los clientes. Que la sonrisa del coche si es grande hace grande la del cliente. Que mola que nos contéis estas cosas.